¿QUÉ COSA ES UN RACISTA?

Café Filosófico 435 – Carmen Zavala 06.10.07

 

 

 

Jean-Paul Sartre decía, que todos somos racistas, pero la diferencia es que algunos de nosotros nos damos cuenta de ello y luchamos contra ello, y otros no.  

 

No se refería con ello a que sea esencial al ser humano ser racista, sino que es normal que a los individuos les resulta fácil echarle la culpa de su propia mediocridad o fracasos en la vida a creaciones de su mente, tales como  “indios”, “negros” , “judíos”, etc. Como si estas esencializaciones de la mente no fuesen simplemente el resultado de la necesidad de crear un “otro” que sea totalmente distinto a uno mismo, para hacerlo responsable de las desgracias de la sociedad. Así por ejemplo tenemos al racista contra los cobrizos que afirma que el Perú está atrasado, no por su situación de país dependiente frente al imperialismo, sino porque los “indios” son una gente atrasada y nunca se podrá avanzar con gente así, y que por otra parte cuando observan a un cobrizo inteligente y/o con éxito afirman que hay que tener cuidado con ellos, porque no hay peor cosa que “indio” con plata, ya que se creen “igualados” y que van a terminar por tomar el poder y “sacarnos a todos”.

 

Lo mismo sucede con el racista alemán por ejemplo. Antes justificaba su odio a los judíos, porque según él, los judíos se hacían de todos los puestos de poder  y se lo quitaban a los alemanes, tanto en el campo económico como en el intelectual y el de las artes. Entonces había que rescatar la pasión alemana contra la influencia del discurso racionalista que se le atribuía entonces a los judíos. Hoy el racista alemán se tira contra el emigrante turco, porque éste supuestamente es ignorante, torpe y sucio y no está al nivel de la racionalidad alemana. El punto es que no importa cual sea la realidad. El racista siempre va a encontrar un argumento para crear una imagen estereotipada de algún grupo humano que le permita odiarlo y considerar su odio justificado.

 

Pero en realidad el racista no odia al discriminado por las características que éste pueda tener, sino que encuentra en el otro las características del estereotipo creado, porque las busca en él. Tenemos entonces que el racista considera que los cobrizos son intelectualmente inferiores y por ello cuando se topa con personas cobrizas que por razones de desventaja económica no han tenido acceso a la educación, considera que confirma sus teorías racistas. Pero cuando se topa con personas cobrizas que destacan en el campo de las ciencias o las letras por su capacidad intelectual, él nos odia igual o más por ser “cholos arribistas”, a los que hay que temer. Somos, para él, taimados e igualados, porque nos hemos salido del supuesto lugar que nos corresponde.

 

El racismo se extiende a los conceptos de belleza. No pocas veces se oye decir: “Es cholita, pero simpática”, como si el hecho de ser cobriza, descartara de plano la posibilidad de ser atractiva. El racista no puede ver belleza en el objeto al que ha elegido odiar y despreciar. Ese objeto solo existe en su mente. No existe ningún “indio”  o “negro”, ni un “judío”. Existen individuos que pueden tener determinado color de piel o determinado origen étnico, pero de ninguna manera eso les da otras características comunes. Los racistas dicen por ejemplo que los negros son buenos músicos, bailarines y deportistas, pero que no tienen un cociente intelectual muy alto y la prueba estaría dada en la realidad donde el porcentaje de la población negra entre figuras destacadas de las ciencias y las letras, a nivel mundial, sería muy bajo. Pero esto es justamente el resultado no sólo de las condiciones económicas desventajosas a las que se ha enfrentado el continente africano y a la condición de esclavitud a la que se ha sometido a la población negra en el mundo europeo y americano gracias a la Bula Papal de 1452 del Papa Nicolás V que otorgó a los reyes de España y Portugal el derecho "a reducir moros, paganos y otros infieles a esclavitud perpetua". También es el resultado de los propios racistas que han cerrado el acceso a la población negra a puestos de trabajo calificado que permiten acceder al éxito. Como resultado la propia población negra, al ver disminuidas sus posibilidades de acceder a la mayoría de puestos de trabajo calificado, se especializa en aquellos oficios en los que su aceptación es más probable y que a su vez les de la acceder al éxito, esto es, los trabajos en el ámbito de los deportes y la música.

 

Tenemos entonces el fenómeno de que el discriminado asimila los estereotipos que la sociedad racista hace de él. Esto, porque el discriminado es consciente de que se lo asume de esa manera. La reacción es que por ejemplo en el caso de los cobrizos o de los negros,  algunos  de éstos asuman su supuesta inferioridad intelectual, no haciendo ya ningún esfuerzo para superarla, o, de lo contrario  se enfrenten a ese estereotipo a modo de una lucha contra la sociedad. Lo que debería ser el derecho natural de todo ser humano a su propia superación se convierte en una lucha personal contra su medio, en una suerte de lucha heróica.

Decía Jean Paul Sartre[1]: «Si un hombre atribuye la totalidad o parte de las tribulaciones de un país así como las suyas propias a la existencia de “elementos” judíos en la sociedad, si propone resolver el “problema” privando a los judíos de algunos de sus derechos, apartándolos de ciertas actividades de ámbito económico y social, expulsándolos del territorio o exterminándolos a todos, se dice que ese hombre tiene opiniones antisemitas.»

 

“Esta palabra “opinión” hace meditar”, decía Sartre. “Es la que emplea  el ama de casa para poner fin a una discusión que corre el peligro de agriarse. Sugiere que todos los pareceres son equivalentes, tranquiliza y  da a los pensamientos una fisonomía inofensiva, asimilándolos a los gustos. Todos los gustos se dan en la naturaleza, todas las opiniones están permitidas; no hay que discutir sobre gustos y colores ni opiniones. En nombre de la libertad de opinión, el antisemita reclama el derecho de predicar dondequiera la cruzada antijudía.

 

El racista “moderado” es un hombre cortés que nos dirá suavemente: Yo no detesto a los judíos. Sencillamente, me parece preferible, por tal y cual razón, que tomen parte reducida en la actividad del país.”

“Pero debemos negarnos a llamar opinión a una doctrina que apunta expresamente a determinadas personas y que tiende a suprimirles sus derechos o a exterminarlas. El racismo no entra en la categoría de pensamientos protegidos por el derecho  de libre opinión.

Además se diferencia mucho de un pensamiento. Es ante todo una pasión. Si el racista es impermeable a las razones y a la experiencia, no se debe a que su convicción sea fuerte; más bien, su convicción es fuerte porque ha escogido de antemano ser impermeable.”

 

Por ello el racismo recoge su fuente ideológica en tiempos modernos del romanticismo, que surge contra la ilustración que postulaba el ideal de la razón universal. Y en tiempos contemporáneos busca justificarse con postulados del relativismo del discurso postmoderno ya que el discurso racional les impide sustentar su racismo.

La razón nos deja claro lo absurdo de la argumentación racista. Por ello el racista apela a la pasión como argumento. Y por eso también el racismo no puede ser combatido por la razón.

 

La filosofía poco puede hacer contra el racismo. Puede aportarle una sustentación sólida y firme en contra del racismo a alguien que haya tomado la decisión de no ser racista y así darle bases sólidas y duraderas a su posición, para que esta, como decía Sócrates, pase de ser una opinión verdadera a un conocimiento sólido del fenómeno y a una posición fundada en contra de la discriminación. Sin embargo la filosofía nada puede hacer contra el racismo o los racistas, pues estos han optado conscientemente por exacerbar su odio y no abandonar los estereotipos que han creado para clasificar a los “otros”.

 

Como habíamos analizado ya antes en este foro, es un hecho real y concreto que desde el imperio se producen interminables videos, series y películas que nos estereotipan a los peruanos como narcotraficantes, lúmpenes y mujerzuelas capaces de hacer cualquier cosa por dinero o una visa o en otros casos como terroristas corruptos y sanguinarios y en el mejor de los casos como gentes ociosas, desvalidas, medio tontas y con pensamiento medio mítico. El hecho de que no nos consideremos formar parte de ninguno de esos grupos, no impide que cuando salimos del país, se nos vea eventualmente con esos ojos. Porque, como dijimos, no existe ningún carácter “peruano”. Cuando hablamos de lo “peruano” nos referimos a un estereotipo creado, con intereses ajenos al progreso de las grandes mayorías de peruanos. Ya lo decía Augusto Salazar[2]:

“los grandes consumidores de mitos y los grandes engañados con las ilusiones sobre el país y su propia existencia; los denodados defensores de lo ‘genuinamente peruano’, de la ‘tradición’, del ‘criollismo’, es decir de todas las formas vacías de sustancia’ (que) ignoran lo que son y no tienen conciencia de lo que pueden ser; sufren la alienación de su verdadera posibilidad de ser como pueblo creador, vigoroso, libre.” Es decir que asumen los clichés y tratan de asimilarse a ellos en vez de luchar por lograr alcanzar todas las posibles formas de realización y progreso personal y social.

 

Salazar nos advierte que muchos filósofos por pretender ser “auténticos”, en vez de ocuparse de sus auténticos problemas, han empezado a buscar las raíces del supuesto “pensamiento popular peruano” en el estudio del folklore, las producciones del criollismo, o los mitos y otras instituciones locales, lo cual “significa en verdad relegar la originalidad y la fuerza creadora del país a sectores limitados y poco resonantes de la cultura, entendida como producción intelectual y material de la humanidad. Esto significa aceptar el discurso alienante que sostiene que “la invención de la ciencia, el arte, la literatura, la técnica, la industria, la política, la economía y la religión nos está vedada o no pertenecen a nuestras preocupaciones espirituales.” Es decir, sería admitir racistamente que serían parte de la “cultura occidental” (la cual  es por otra parte otra esencialización inexistente realmente).

 

Tenemos entonces que ignorar el hecho del racismo, no va a hacer que desparezca. Por otra parte la razón y, por lo tanto, la filosofía poco o nada pueden hacer contra el racismo y los racistas, ya que se trata de una opción irracional. Una opción que apela a una pasión: la pasión por el odio. No por el odio a determinadas personas, sino por la cosificación de otras personas, a las que el racista les despoja de su humanidad para convertirlas en objetos que corresponden a su imaginario estereotipado. Este imaginario no es más que una esencialización de determinado grupo humano, que le permite al racista referirse a otros seres humanos y poderlos odiar o despreciar, sin sentir vergüenza por sí mismo y su estúpida mediocridad.

 

Esto no significa que nada se pueda hacer, pero lo que cabe hacer ya no se daría en el campo de la filosofía, aunque sí con su apoyo teórico. La lucha se tiene que dar en el campo político. En los hechos concretos. Esto implica por una parte acabar con las causas de las diferencias sociales que necesitan para su sustento de estas ideologías racistas y que por eso se han venido encargando de que se perpetúen. Y por otra parte un trabajo de educación profunda contra todo tipo de racismo y por lo tanto contra el irracionalismo postmoderno que da cabida hoy en día a nuevas formas de racismo como el discurso de los supuestos estudios multiculturales, que no es más que una nueva manera de tratar de sustentar pseudoscientíficamente que los seres humanos somos diferentes esencialmente por nuestra raza o cultura. Un intento de tratar de dividirnos por nuestras supuestas diferencias culturales esenciales. Así el costeño perpetúa su mirada diferenciada contra el andino y el amazónico y estos a su vez miran con desconfianza al costeño. Esta desconfianza debe perpetuarse para que puedan seguir gobernando en paz los grupos de poder que sustentan su poder en la violencia que han venido ejerciendo contra las grandes mayorías por siglos.  Está claro que esta enseñanza no puede ser impartida por profesores que a su vez son racistas. Puede darse hoy en día al margen del sistema educativo oficial, ya sea dentro de clases o en otros ámbitos de instrucción del pueblo. Lo que es claro es que debe ser uno de los pilares de la educación popular y de la lucha por nuestra liberación de la opresión imperialista, porque nos permite unirnos en un bloque sólido. No en una masa de individuos supuestamente pertenecientes a diferentes razas o culturas que forman parte de una nación, sino un grupo de personas que sufren un mismo flagelo y que unidos pueden hacerle frente con mayor éxito.


 

[1] SARTRE, Jean-Paul, Reflexiones sobre la cuestión judía, Buenos Aires: Sur, 1960, p.11 y ss.

[2] SALAZAR BONDY, Augusto, Dominación y Liberación, “La alienación peruana”, Lima: UNMSM, 1995, p.78 y ss.