¿CUÁL ES LA RELACIÓN ENTRE FELICIDAD Y FILOSOFÍA?

Café Filosófico No. 487

15 de noviembre del 2008
Carmen Zavala
 

 

Para relacionar estos dos conceptos, vamos a determinar primero en qué sentido los usaremos esta noche.

La filosofía la entenderemos como el amor a la sabiduría.

El amor a la sabiduría implica la búsqueda del conocimiento y también, un placer en la búsqueda del conocimiento, una fascinación por lo que se va descubriendo, una total apertura por lo inesperado.

La felicidad la entenderemos como un estado mental de plenitud causado por cierta conjunción variable de vivencias de placeres tanto físicos (comida, música, sexo), como emocionales (reconocimiento, amor) y/o espirituales/intelectuales (nuevas comprensiones, adquisición de conocimientos).

 

¿Pero en qué consiste el arte de ser feliz, de llegar  a este estado mental de plenitud, en el que nos consideramos felices?

Tomemos el caso de dos niños, uno de escasos recursos económicos y otro que vive está hastiado por la riqueza que lo rodea, y les regalamos un chocolate a cada uno, supondremos que probablemente  al primer niño el regalo le va a alegrar = hacer feliz, mientras que al segundo, este regalo no le causará mayor efecto, a lo más, cierto placer acostumbrado al saborear el dulce del chocolate. Se suele concluir de estas observaciones frecuentes, que la gente es feliz cuando satisface necesidades insatisfechas, y que por eso los ricos no disfrutan tanto como los pobres.

Tomemos otro caso: Dos niños van al zoológico. Uno está fascinado por los animales, el otro está aburrido y no ve la hora de llegar a la parte de los juegos.

Un hombre disfruta de una música en vivo, el otro se aburre y busca tomar unas cervezas para disfrutar del momento.

¿Se trata simplemente de diferentes gustos? ¿De que a cada uno le gustan diferentes cosas?

Por cierto hay diferentes tendencias en las diferentes personas, pero también es cierto que no se puede amar o disfrutar lo que no se conoce o lo que no se percibe.

El niño pobre que recibe un chocolate de regalo, no solo está recibiendo una nueva sensación o una sensación poco habitual (un placer físico), sino también probablemente una emoción (me están regalando algo porque de alguna manera simpatizan conmigo = sensación de reconocimiento), el otro niño que no se ve afectado por el chocolate, no lo hace solamente porque no es una sensación nueva, sino que probablemente tampoco relaciona el recibir un chocolate como un chocolate como una especial prueba de simpatía y por lo tanto el regalo no va relacionado con un gran placer emocional.

En el caso de los niños que van al zoológico. Probablemente el niño que no disfruta de ver los animales o de estar en compañía de animales, simplemente no está familiarizado con ese placer. Desconoce este placer por alguna razón. El hombre que no disfruta de la música en vivo, por alguna razón no ha aprendido a disfrutar de ese placer y solo puede concebir pasar ese momento reemplazando el placer de escuchar música con el placer de tomar cerveza, que es un placer con el cual sí está familiarizado. Es difícil aprender a percibir nuevos placeres en la edad adulta, tanto físicos, como emocionales y/o espirituales/intelectuales. Por eso a veces no es fácil disfrutar de los momentos que nos brinda la vida y ser felices.

 

Platón nos explica este proceso de aprendizaje de apercepción, en el ejemplo de como se percibe el bien en su alegoría de la caverna  (República, Libro VII). Este alegoría se puede ampliar al conocimiento o aprendizaje en general, tanto de los goces físicos, como emocionales y/o espirituales/intelectuales.

 

En la alegoría de la caverna se habla de unos hombres que han vivido toda su vida encadenados a un muro en el fondo de una caverna de modo que solo podían mirar hacia adelante y ver ese muro, en el cual se reflejaban unas sombras. Estas sombras eran producidas por otros hombres que caminaban detrás de ese muro pasando objetos por delante de una fogata. Para los hombres atados que solo conocían esa realidad, la de las sombras, ese era su mundo. Nos propone Platón el escenario de que uno de esos hombres es liberado y FORZADO a mirar hacia la dirección de la luz y ver esos objetos que son los que producen las sombras. Al principio no podrá ver en dirección de la luz, porque sus ojos no están acostumbrados y sólo le producirá dolor mirar en esa dirección, pero finalmente sus ojos empezarán a acostumbrarse y podrá ver los objetos y los hombres que cargan esos objetos y pasado un tiempo incluso podrá ver el fuego producido por los hombres. Y se dará cuenta de cómo las sombras que él y sus compañeros atados en la caverna creían que era el único mundo posible y real era en realidad un mundo limitado, producido por estos otros hombres que caminan con una serie de objetos frente a este fuego.

Si tomamos la alegoría hasta acá, notaremos que para poder percibir los objetos iluminados por la luz del fuego, el hombre liberado tuvo que ser forzado a vivir esa experiencia, la cual es en principio dolorosa, y sólo después de esa experiencia puede mirar directamente al fuego y conocer el fuego y la interrelación de todo ello.

 

Haciendo la analogía con el tema de la felicidad, podemos decir que este hombre de la caverna es forzado a percibir una nueva sensación, la cual no es placentera en un primer momento, pero cuando se acostumbra a esa nueva sensación visual, no sólo VE algo nuevo, sino también COMPRENDE algo nuevo, lo cuál le produce un placer espiritual/intelectual (una nueva comprensión) y la suma de ambas le permite un estado mental de mayor plenitud.

 

Análogamente podemos decir, que muchas veces, la cuestión de gustos y placeres no es una cuestión que depende de la decisión arbitraria de cada individuo, sino que depende mucho de las percepciones anteriores que el individuo ha tenido. El que no ha tenido muchas experiencias que posibilitaran un estado de felicidad, no comprende que es esto de la felicidad. No lucha por un mundo mejor, porque no cree realmente que sea posible. Es como si la felicidad le estuviera vedada. En el mejor de los casos lucha por destruir esta sociedad y a los que considera culpables de las injusticias presentes, sin una clara perspectiva sobre lo que habrá de venir después.

 

Al respecto Marx decía en los Manuscritos Económico Filosóficos[1] que el hombre percibe  lo que ha aprendido socialmente y su goce/placer en ese sentido es social. Es decir, en el sentido de que si aprecia una música de Mozart o unas guitarras ayacuchanas, lo hace porque ha aprendido a disfrutar de ella por la sociedad en la que vive. Un hombre primitivo sin formación musical alguna, no “percibe” esa música. Su oído no está entrenado. No es que no le guste. Simplemente no la percibe. Lo cual es diferente a alguien que habiendo aprendido a educar su oído musical en sociedad, sí percibe la música, pero prefiere una pieza musical a otra.

 

En una segunda etapa en la alegoría de la caverna el hombre es forzado a rastras a salir de la caverna  y recién soltado afuera a la luz del sol. Los ojos le dolerán aún más  y  solo podrá ver primero las sombras de los objetos y los reflejos de las cosas y de los hombres en el agua. Luego lograría con el tiempo ver las cosa y a las personas directamente y finalmente podría mirar hacia arriba y ver el propio sol. Y entonces nuevamente, no solo serán nuevas sensaciones visuales, sino también una nueva comprensión, la comprensión de como el sol es el que permite que todo se vea y a la vez sea lo que permita que exista la vida y todas las cosas que se pueden ver (=un placer espiritual/intelectual). Es un momento de plenitud, de felicidad. La historia sigue pero la dejaremos acá.

 

El punto es que si se hubiera llevado al hombre amarrado en la caverna directamente hacia afuera, probablemente hubiera quedado ciego por el shock y no hubiera llegado a percibir ningún nuevo placer ni físico/sensorial ni espiritual/intelectual. Para percibir nuevas sensaciones y poder llegar a disfrutarlas, es necesario haber tenido sensaciones de tipo análogo de menor o igual grado anteriores. Los aprendizajes tanto físicos/sensoriales, emocionales y espirituales/intelectuales, son graduales. Y como en el caso del hombre de la caverna de Platón, muchas veces no es el hombre individual el que elige llevar a cabo estas experiencias nuevas, sino que es llevado (“obligado”) a ello por circunstancias sociales externas (son otros hombres los que fuerzan a salir al hombre de la caverna hacia afuera). Pero no todos tienen la capacidad o la disposición de aprender de estas experiencias. Esta capacidad requiere a su vez de un aprendizaje.

 
¿Qué tiene que ver esto con la filosofía? Si la filosofía es el amor a la sabiduría y este amor implica una búsqueda del conocimiento, entonces implica abrirse a todo tipo de conocimientos tanto físicos/sensoriales, emocionales y espirituales/intelectuales. Por ejemplo, aprender a disfrutar de una caminata frente al mar (placer visual  y espiritual = paz para la reflexión) o disfrutar de una olla común durante una jornada de lucha social (placer espiritual= sensación de fraternidad con los demás, sensación de poder , en el sentido de que es posible intervenir en el cambio de la sociedad y placer sensorial= una comida caliente después de una jornada larga de esfuerzo), o disfrutar de la adquisición de nuevos conocimientos intelectuales/científicos (que puede ser placentero en sí, pero que mayormente va acompañado del placer emocional de pensar que se va a ser reconocido por otros por esta nueva adquisición o  por la  sensación de que esta adquisición nos empodera)

Estas experiencias nos permiten llegar a una mayor comprensión de nosotros y de los otros, y si llegamos a esta comprensión, esto nos acerca a un estado de plenitud mental, y nos acerca a una cierta sabiduría y este estado de plenitud es el que describimos como el estado de felicidad. Que no es un estado al que se llegue fácilmente y sin ningún esfuerzo propio, ni es un estado constante. Porque el filósofo no está constantemente feliz. Más bien como decía Nietzsche:

“Un filósofo: es un ser humano que todo el tiempo se la pasa viviendo, viendo, escuchando, acostumbrándose, esperando, soñando cosas extraordinarias; es alguien que es golpeado por sus propios pensamientos, como si fuesen externos, como si viniesen desde arriba y desde abajo, como si lo golpeasen una suerte de rayos y de acontecimientos muy suyos; es él mismo quizás una tormenta que con rayos nuevos va gestando planes; un hombre fatal, alrededor del cual siempre surgen resentimientos y murmuraciones, se zanjan brechas abismales y suceden cosas molestosas y angustiantes. Un filósofo: ay, un ser que muchas veces huye de sí mismo, que muchas veces se teme a sí mismo,  pero que es demasiado curioso como para no «volver en sí» una y otra vez.” (Más allá del bien y del mal, Aforismo 292)

Y por otra parte el filósofo muchas veces se ve involucrado en las luchas por los cambios sociales que permiten que nos liberemos de nuestras cadenas y podamos vivir en una sociedad donde no se limite la adquisición de todos los conocimientos físicos/sensoriales, emocionales y espirituales/intelectuales. Es decir, la búsqueda de la felicidad lo lleva inevitablemente a la lucha por una sociedad donde todos podamos desarrollar todas nuestras potencialidades  y aspirar a la plenitud.

Pero por otra parte, el filósofo no puede dejar de lado su búsqueda personal, porque en ella se dan esos momentos de plenitud mental, de felicidad, que lo motivan a seguir vivo y justifican su existencia como filósofo. Es una pasión por la plenitud, aunque esta sea pasajera para él.

Por ello en la Práctica Filosófica tanto en la Consultoría Filosófica, como en Filosofía con Niños o en nuestros Cafés Filosóficos, de lo que se trata es de crear momentos de reflexión filosóficos que introduzcan a o mantengan viva la actividad del pensar, de la reflexión; que se viva la experiencia del placer de pensar. Sólo ejercitándose en el pensar y aprendiendo a sentir placer en él, es posible avanzar en la actividad filosófica y crear esa pasión por la filosofía como tal.

Y por ello tratamos de recrear un momento agradable alrededor de una taza de café en la discusión.  El café simboliza un placer sensorial (el sabor y el calor del café) y un placer emocional (=ser acogidos en el local) que va acompañado del placer más importante que es la reflexión filosófica misma y que esperamos nos produzca momentos de placer a todos, los cuales nos permitan experimentar momentos de felicidad cada vez mayores en nuestras vidas tanto individual como socialmente.


 

[1]  “ La actividad social y el goce social no existen, en  modo alguno, solamente en forma de una actividad común directa y de un directo goce común  (...)

..la apropiación sensible de la esencia y la vida humanas, del hombre objetivo, de las obras humanas para y por el hombre, no debe concebirse solamente en el sentido del goce directo, unilateral en el sentido de la tenencia o posesión. El hombre se apropia de su ser omnilateral de modo omnilateral y por tanto, como hombre total. Cada una de sus relaciones humanas con el mundo, la vista, el oído, el olfato, el gusto, la sensibilidad, el pensamiento, la intuición, la percepción, la voluntad, la actividad, el amor, en una palabra, todos los órganos de su individualidad, como órganos que son directamente en su forma órganos comunes, representan en su comportamiento objetivo o en su comportamiento hacia el objeto, la apropiación de éste; la apropiación de la realidad humana, su comportamiento hacia el objeto, es la confirmación de  la realidad humana. Marx, Carlos. Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Méjico D.F. : Ed. Gribaljo, 1968. p.117