¿QUÉ ES EL AMOR PLATÓNICO?

Café Filosófico 419 – Carmen Zavala 02.06.07

 

 

Popularmente cuando la gente habla de amor platónico, se refiere a una versión cristiana de lo que Platón habría querido decir que es el amor. En la enciclopedia Wikipedia se lo describe de la siguiente manera:

 

“El amor platónico es una de las expresiones imprecisas en las cuales se concede una importancia más espiritual que sensual al amor. Propiamente hablando, es una elevación filosófica de la manifestación de una idea hasta la contemplación de la misma, que varía desde la apariencia de la belleza hasta el conocimiento puro y desinteresado de su esencia. Es una forma de amor y amistad en que no hay un elemento sexual.” ”Un ejemplo simple de una relación platónica sería una profunda amistad sin sexo entre dos personas del sexo opuesto.”

 

Esta idea de amor platónico producto una vez mas de la tergiversación cristiana de la historia de la filosofía, de la historia y de los textos filosóficos, se desarrolla sobre todo por los neoplatónicos del Renacimiento (s. XV – s. XVI) es decir, unos 1000 años después de Sócrates y Platón.

 

Sin embargo, esta versión se aleja bastante de la visión del amor que tenía Platón. Incluso se podría decir que se opone a ella.

 

En el diálogo el “Fedro” se empieza la conversación sobre el amor analizando por qué el amor apasionado no es bueno para establecer una relación de pareja.

 

Alega que el amante apasionado será celoso, prohibirá a la persona amada todas las relaciones con otras personas que puedan hacerla más perfecta, más plenamente humana, y lo alejarán del conocimiento, del estudio y de todo lo que lo pueda hacer crecer como ser humano, es decir, de la filosofía; por temor de que el amado vaya a superarlo o ver a otros que lo superan  y considerarlo luego a él un objeto de desprecio.

Por eso, “se esforzará en todo y por todo en mantenerle, en la ignorancia, para obligarle a no tener más ojos que los del mismo amante, y le será tanto más agradable cuanto más daño se haga a sí mismo. Por consiguiente, bajo la relación moral, no hay guía más malo, ni compañero más funesto, que un hombre enamorado.”

                                                                                                    

“Pero los que no tienen amor no tienen jamás de qué arrepentirse, porque no es la fuerza de la pasión la que les ha movido a hacer a su amigo todo el bien que han podido, sino que han obrado libremente, juzgando que servían así a sus más caros intereses (...) y aprovechan con decisión cuantas ocasiones se presenten de complacer a su amigo.”

                       

“Por eso”, continúa la argumentación a favor de la amistad y contra el amor: “Debes por el contrario favorecer, no a aquellos cuyos deseos son más violentos, sino a los que mejor te atestigüen su reconocimiento; no a los más enamorados, sino a los más dignos; no a los que se alabarán por todas partes de su triunfo amoroso, sino a los que el pudor obligue a una prudente reserva sobre su relación; no a los que se muestren muy solícitos pasajeramente, sino a aquellos cuya amistad, siempre igual, sólo concluirá con la muerte; no a los que, una vez satisfecha su pasión, buscarán un pretexto para aborrecerte, sino a los que, viendo desaparecer los placeres con la juventud, procuren granjearse tu estimación.”

 

En resumidas cuentas, la posición contraria a la de Platón, expuesta por Sócrates, es la que propone una sólida amistad desinteresada para conjuntamente dedicarse al estudio y a la superación personal. Algo bastante parecido a lo que luego pasará a llamarse “amor platónico”.

 

Avergonzado Sócrates por haber apoyado esta descripción del amor y haber vanagloriado a la amistad por encima del amor, se descubre el rostro que tenía tapado por la vergüenza y lanza su apología al “verdadero amor”, al amor verdaderamente platónico.

 

Para conservar forma y contenido de esta descripción, pasaré a hacer una traducción a términos y circunstancias contemporáneos de su discurso. Proclama Sócrates

No, no es cierto lo en ese primer discurso se afirma de que hay que preferir la amistad de la persona no enamorada a la relación con la persona enamorada. ¡No hay que desdeñar a la persona que ama apasionadamente y abandonarse a la persona que no ama, sólo porque la una está delirante y la otra en su sano juicio! Esto estaría bien, si fuese evidente que el delirio es un mal; pero es todo lo contrario. Al delirio apasionado es al que debemos los más grandes bienes. A la pasión delirante se deben los mayores logros de la civilización. Cuando se actúa en cambio sin pasión, poco o nada se produce o crea.

Somos seres mortales que aspiramos a la inmortalidad. Aspiramos a ella aunque no podamos definir con el razonamiento qué es la inmortalidad. Pero podemos imaginárnoslo y suponemos que un ser inmortal es el que está formado por la reunión de una mente y un cuerpo unidos por toda la eternidad.

Cuando un hombre reconoce la belleza verdadera y apercibe las bellezas de este mundo y la belleza en el otro ser humano, su mente se v vuelve alada y surge el ansia de volar; pero sintiendo su impotencia, levanta, como el pájaro, sus miradas al cielo, desprecia las valoraciones de la sociedad en la que vive, y se ve tratado como insensato. De todas las formas de entusiasmo, éste es el más magnífico en sus causas y en sus efectos para el que lo ha recibido en su corazón, y para aquel a quien ha sido comunicado. A esta persona que tiene este deseo y que se apasiona por lo bueno y lo bello en el otro se la llama amante.

Pero no todas las personas reconocen lo bello y lo bueno con la misma facilidad. Las personas que en su vida han tenido la desgracia de hundirse en la injusticia y en la ignorancia suelen perder esta capacidad. Sus mentes se estrechan. En cambio las personas formadas moral e intelectualmente cuando aperciben la justicia, belleza, el bien y otras virtudes en otra persona, se estremecen aunque no saben lo que experimentan, porque sus percepciones no son bastante claras.

El hombre educado, que ha sido perfectamente iniciado en las ciencias y la filosofía, cuando ve un semblante que remeda por sus formas la belleza, siente por lo pronto como un temblor, y experimenta los una pasión primitiva incontrolable; y fijando después sus miradas en el objeto al que puede amar, le respeta como a un Dios, y si no temiese ver tratado su entusiasmo de locura, lo trataría como a un ídolo, como a un Dios. A su vista, semejante a un hombre atacado de la fiebre, muda de semblante, el sudor inunda su frente, y un fuego desacostumbrado se infiltra en sus venas; en el momento en que ha recibido por los ojos la emanación de la belleza siente este dulce calor que nutre las alas de la mente; esta llama hace derretir la cubierta, cuya dureza las impedía hacía tiempo desenvolverse. La afluencia de este alimento hace que el miembro, raíz de las alas, cobre vigor, y las alas se esfuerzan por derramarse por toda la mente, porque primitivamente la mente era toda alada. En este estado, la mente entra en efervescencia e irritación; y esta mente, cuyas alas empiezan a desarrollarse, es como el niño, cuyas encías están irritadas y embotadas por los primeros dientes. Las alas, desenvolviéndose, le hacen experimentar un calor, una dentera, una irritación del mismo género. En presencia de un objeto bello recibe las partes de belleza que del mismo se desprenden y emanan, experimenta un calor suave, se reconoce satisfecho y nada en la alegría. Pero cuando está separada del objeto amado, el fastidio la consume, los poros de la mente por donde salen las alas se desecan, se cierran, de suerte que no tienen ya salida. Presa del deseo y encerradas en su prisión, las alas se agitan, como la sangre se agita en las vena: Empuja en todas las direcciones, y la mente, aguijoneada por todas partes se pone furiosa y fuera de sí de tanto sufrir, mientras el recuerdo de la belleza la inunda de alegría. Estos dos sentimientos la dividen y la turban, y en la confusión a que la arrojan tan extrañas emociones, se angustia, y en su frenesí no puede, ni descansar de noche, ni gozar durante el día de alguna tranquilidad; y antes bien, llevada por la pasión, se lanza a todas partes donde cree encontrar su querida belleza. Ha vuelto a verla; ha recibido de nuevo sus emanaciones; en el momento se vuelven a abrir los poros que estaban obstruidos, respira y no siente ya el aguijón del dolor, y goza durante estos cortos instantes el placer más encantador. Así es, que el amante no quiere separarse de la persona que ama, porque nada le es más precioso que este objeto tan bello; madre, hermano, amigos, todo lo olvida; pierde su fortuna abandonada sin experimentar la menor sensación; deberes, atenciones que antes tenía complacencia en respetar, nada le importan; consiente ser esclavo y adormecerse, con tal que se vea cerca del objeto de sus deseos; y si adora al que posee la belleza, es porque sólo en él encuentra alivio a los tormentos que sufre.

Si el hombre enamorado ha sido uno de los que antes siguieron a Zeus, padre de todos los dioses y hombres, entonces tiene más fuerza para resistir a esta pasión que ha venido a caer sobre él; los que han sido servidores de Ares, el dios de la guerra y le han seguido en su revolución alrededor del cielo, cuando se ven invadidos por el amor, y se creen ultrajados por el objeto de su pasión, se ven arrastrados por un furor sangriento, que los lleva a inmolarse con su ídolo. Así es que cada cual honra a su Dios y lo imita en todo lo que puede, por lo menos, mientras no está corrompido. Y esta imitación la lleva a cabo en sus intimidades amorosas y en todas las demás relaciones. Cada hombre escoge así un amor según su carácter, le hace su Dios, le levanta una estatua en su corazón, y se complace en engalanarla, como para rendirle adoración y celebrar sus misterios. Los servidores de Zeus buscan en la persona que adoran, la sabiduría y el don de mando, y cuando lo han encontrado tal como lo desean y le han consagrado su amor, hacen los mayores esfuerzos por desenvolver en él aun mas la sabiduría y el poder. Y se esfuerzan por perfeccionarse mediante las enseñanzas de los demás y por los esfuerzos propios. Intentan descubrir en sí mismos la sabiduría y el don de mando, y lo consiguen, porque se ven forzados a volver sin cesar sus miradas hacia las cualidades del ser amado; y cuando lo han conseguido, el entusiasmo los trasporta, y toman de él sus costumbres y sus hábitos, tanto, por lo menos, en tanto les es posible como seres humanos. Como atribuyen este cambio dichoso a la influencia del objeto amado, lo aman más aun; Los que han admirado a Hera, la diosa de la procreación y el matrimonio buscan una persona que ama estos mismos valores, y cuando la encuentran, actúan con respecto a ella de la misma manera, que los adoradores de Zeus con respecto a la sabiduría y el poder. En fin, todos aquellos que han seguido a Apolo o a los otros dioses, arreglando su conducta sobre la base de los valores de la divinidad que han elegido, buscan a una persona que irradie esas características; y cuando la poseen, imitando sus adorados valores, se esfuerzan en persuadir a la persona amada a que haga otro tanto, y de esta manera le amoldan a sus valores, y le comprometen a reproducir este tipo de perfección en cuanto les es posible.

Lejos de concebir sentimientos de envidia y de baja malevolencia contra él, todos sus deseos, todos sus esfuerzos, tienden sólo a hacerle semejante a ellos mismos y a los valores a los que rinden culto. Así de hermoso y feliz es el entusiasmo de los verdaderos amantes, y la iniciación también, si consiguen buena acogida para su amor. Y la persona amada, que se deja subyugar por un amante que ama con delirio, se abandona a una pasión noble, que es para él un origen de felicidad. La conquista del amor del escogido tiene lugar de la siguiente manera:

La persona amada que se ve servida y honrada al igual que un Dios por un amante que no finge amor, sino que está sinceramente apasionado, siente despertarse en él la necesidad de amar. Si antes sus camaradas u otras personas han denigrado en su presencia este sentimiento, diciendo que es cosa fea tener una relación amorosa, y si semejantes discursos han hecho que rechazara al amante, el tiempo trascurrido, la edad, la necesidad de amar y de ser amado lo llevan pronto a aceptar tener relaciones íntimas con su amante. Porque no puede estar en los decretos del destino, que se amen dos personas malas, ni que dos personas de bien no puedan amarse. Cuando la persona amada ha acogido al que ama y ha gozado de la dulzura de su conversación y de su sociedad, se ve como arrastrada por esta pasión, y comprende que la afección de todos sus amigos y de todos sus parientes no es nada, cotejada con la que le inspira su amante. Cuando han mantenido esta relación por algún tiempo y se han visto y han estado en contacto en los gimnasios o en otros puntos, la corriente de estas emanaciones se dirige a oleadas hacia el amante, entra en parte en su interior en parte, y vuelve a salir por chorros hacia afuera, después de penetrado así,  y, como el aire o un sonido reflejado por un cuerpo liso o sólido, las emanaciones de la belleza vuelven a la mente de la persona amada por el canal de los ojos, y abriendo a las alas todas sus salidas las nutren y las desprenden y llenan de amor la mente de la persona amada. Ama, pues, pero no sabe qué; no comprende lo que experimenta, ni tampoco podría decirlo; se parece al hombre que por haber contemplado por mucho tiempo en otros ojos enfermos, sintiese que su vista se oscurecía; no conoce la causa de su turbación, y no se apercibe de que se ve en su amante como en un espejo. Cuando está en su presencia, siente en sí mismo que se aplacan sus dolores; cuando ausente, le echa de menos cuanto puede echarse; y siente una afección que es como la imagen del amor, y a la cual no da el nombre de amor sino que la llama amistad. Sin embargo, desea como su amante, aunque con menos ardor, verle, tocarle, abrazarle y participar de su lecho, y sin duda no tardará en satisfacer este deseo. Mientras duermen en un mismo lecho, pide aunque sea un instante de placer. La persona amada no tiene nada que decir, pero experimentando algo que no comprende, estrecha a su amante entre sus brazos, y le prodiga los más expresivos besos, y mientras permanezcan tan inmediatos el uno al otro, no tendrá fuerza para rehusar los favores que su amante exija.

Si la parte mejor de la razón es la más fuerte y triunfa y los guía hacia una vida ordenada, siguiendo los preceptos de la sabiduría, pasan sus días en este mundo felices y unidos. Dueños de sí mismos, porque han subyugado lo que llevaba el vicio en sus mentes, y dando un vuelo libre a lo que engendra la virtud, al conocimiento y la sabiduría . Si, por el contrario, han adoptado un género de vida más vulgar y contrario a la filosofía, aunque sin violar las leyes del honor, en medio de la embriaguez, en un momento de olvido y de extravío, sucederá sin duda que escogerán entonces el género de vida más lisonjero a los ojos del vulgo, y se precipitarán a gozar. Cuando se han saciado, aún gustan de los mismos placeres, pero no con profusión, porque no los aprueba decididamente la razón. Tienen el uno para el otro una afección verdadera, pero menos fuerte que la de los puros amantes, y cuando su delirio ha cesado, creen haberse dado las prendas más preciosas de una fe recíproca; y creerían cometer un sacrilegio si rompieran los lazos que les ligan, para abrir sus corazones al aborrecimiento.

De esto último se desprende que aún si dos amantes pierden de vista la fuente del amor, que es el amor a determinados valores y, en consecuencia el ejercicio y el desarrollo progresivo de estos valores por parte de los amantes, y si en vez de ello se abandonan principalmente a los placeres sexuales entre ellos; aún en este caso, el amor es superior a la amistad, según Platón. Porque lo que los une es la necesidad, el ansia auténtica de saciar su amor por estos valores a través de la superación mutua con la persona amada pues encuentran estos valores reflejados en su belleza  (y tal vez ellos sean uno d los pocos que vean esta belleza). Y en estos casos la relación sexual entre los amantes puede llegar a ser de carácter principal o secundario en la relación (aunque jamás ausente, porque eso sería darle demasiada importancia), pero nunca será la fuente inicial del deseo.

Sin embargo en la convivencia basada inicialmente en la amistad, el amor es algo que se pretende falsamente. No puede surgir amor donde no hay reconocimiento de los valores que uno ama en el otro. Y siendo que la convivencia se basa meramente en la amistad, resulta que en el fondo, de manera camuflada, este tipo de convivencia está basado meramente en el deseo sexual o de procreación de una de las partes. Esto es justamente lo que Sócrates le critica al discurso del amor de Lisias.

 

Por otra parte, si bien puede ser que funcione una relación en base a la amistad, esta no sirve para el desarrollo personal pleno de las partes y por lo tanto, no puede ser comparada al amor platónico, en el sentido de Platón.

 


Café Filosófico No. 419: Que es el Amor Platónico? a cargo de Carmen Zavala 02 de junio del 2007. Resumen de unos 54 minutos en base a una sesión de mas o menos 2 1/2 horas
Sin embargo, la confusión acerca de la visión del amor de Platón, no es casual, como nada es casual en la historia de la filosofía. Ya hemos tratado este problema muchas veces antes en este foro: Una vez más estamos ante una tergiversación intencional de la tradición académica de sofocar o desvirtuar toda filosofía que promueva el pleno despliegue de la vida, la felicidad, el conocimiento, el amor y todo lo positivo que nos pueda brindar nuestra vida. Queda por decir: Vayamos siempre a las fuentes. Leamos a los propios autores /Filósofos. Ahora más que nunca las fuentes están al alcance de todos a través del avance de la tecnología, esto es, las fotocopias o el internet. No hay necesidad de “entender” a los grandes pensadores a través de intérpretes “autorizados” por fuerzas oscuras.

Resumiendo qué es el amor platónico: Es el reconocimiento de los valores que amamos en la persona amada y el trabajo conjunto de superación mutua de los amantes en el sentido de la búsqueda de la aproximación a estos valores lo cual implica una devoción plena al otro y no podría de ninguna manera excluir, claro está, el aspecto sexual.